Educar desde la Infancia: medidas para poner fin a la violencia contra la mujer

Las diferencias en las relaciones de poder entre hombres y mujeres y su rol en la sociedad, son algunas de las explicaciones que han dado respuesta a la violencia intrafamiliar. Sirvo a mi País, quiere compartir con los Servidores Públicos en este mes del respeto, una parte del estudio que el Instituto del Medicina Legal y Forenses realizó sobre Violencia Intrafamiliar.

Todos los seres humanos son diferentes sin importar el sexo, la edad o la condición étnica. Existen dentro de cada hombre elementos que lo hacen único y de los que se ha apropiado tomándolos de varios lugares: cultu­ra, vivencias, educación, ejemplos de otras personas, herencia, etc. Aprender a respetar esas diferencias es algo que poco se enseña, como tampoco se enseña a perder, o considerar que, tal vez, no se tiene la razón o que no se es dueño de la verdad.

Por el contrario las enseñanzas recibidas de todas las fuentes: familia, sistema educativo, iglesia, sociedad, medios de comunicación fueron y siguen siendo ma­chistas y triunfalistas. Lo aprendido de la interacción con otros niños y niñas siempre fue controlado por papás, profesores y cuidadores. Es casi prohibido que los niños jueguen a la cocinita o a tomar el té con ro­bots, monstruos y soldados en mesitas improvisadas o a darle de comer a las muñecas de las hermanas.

Teniendo en cuenta, entonces, que el juego tiene un papel pedagógico, ¿puede este ayudar con una cons­trucción de género en la que el hombre no se crea y lo crean superman y la mujer la doncella a salvar y proteger? ¿Ayudaría el aprendizaje mediante el juego a redefinir el concepto de poder y el de familia?

En el libro Amor y Juego, Verden-Zöler y Maturana dice que: "(…) nos parece que los niños, al jugar, imitan las actividades de los adultos como si estuvieran preparándose para su vida futura. Como resultado de esto, el juego ha sido frecuente­mente visto por psicólogos y antropólogos (…) como una actividad que los niños o los animales jóvenes realizan en preparación para su vida adulta, como si éste fuera su propósito biológico".

Teniendo en cuenta lo anterior y el hecho de que la primera infancia es la etapa del ser humano en el que se comienza a formar la personalidad, se podría apro­vechar esto para enseñar a niños y niñas, en el hogar, el colegio, el barrio, o cualquier escenario de sociali­zación, a jugar a ser grandes, hombres y mujeres en un ambiente de igualdad, libertad y respeto de sí mismo y del otro.

Por el contrario, el juego controlado puede crear el efecto inverso como lo demuestra un taller realizado por el Grupo de Investigación Social y Violencia de la Universidad Nacional de Colombia titulado Manes, Mansitos y Manazos: "Nos decían que si nos regaña­ban y llorábamos, nos pegaban; que si jugábamos al papá y a la mamá ya nos estábamos volviendo ma­ricas: nuestros padres nos enseñaron a ser hombres llevándonos a jugar al parque fútbol o a montar bici­cletas; si uno cogía la muñeca de la hermana decían que se estaba volviendo roscón; nos enseñan a ser violentos con la mujer o los homosexuales" y más ade­lante: "Los participantes en los talleres consideraron que los machos son fuertes, inteligentes, poderosos y porque es una persona, obligarlo a jugar con lo que no quiere o con lo que no desea lo anula como ser humano libre de decisiones y esto puede constituirse en violencia psicológica".

En cambio si se deja libertad en el juego, el niño encontrará en él un espacio para aprender a respetar los roles y a los demás sin diferenciarlos como hom­bres o mujeres; blancos, negros o amarillos; católicos, musulmanes, cristianos, etc. Pero, si se promueve en niños y niñas que uno de los dos sexos es más fuerte que el otro, que uno de ellos debe ser el que da las órdenes y el otro el que las cumpla sin objetar, se es­tán construyendo los cimientos y la perpetuación de la violencia.

Aquí el conocimiento específico de los roles y su interpretación son fundamentales, al ser estos los que crean las condiciones para la adecuada resolución de conflictos sin mediación de la violencia, se transmitan pautas de comportamiento que reafirmen que no es indicio de debilidad los quehaceres del hogar, el llanto, no alzar la voz, no responder a los golpes con golpes.

Este estudio pretende hacer un llamado para rescatar el potencial del juego para la prevención de la Violencia al interior de las familias y romper el ciclo de esta. La actividad lúdica debe entenderse como el princi­pal medio para que los padres establezcan relaciones abiertas con sus hijos, en la que reine el diálogo, la de­liberación, el entendimiento, considerar las razones del otro como válidas, llegar a acuerdos, saber que nadie es merecedor de ningún tipo de violencia y de aprender a amar porque es imposible dar algo que no se tiene.