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Por: William Javier Pinto Soler - Sebastian Arias Espinosa | Agosto 9 de 2016

Un buen día Santi llega contento a su casa. Deja su maleta y corre a saludar a su abuelo. Detrás de sus grandes lentes verdes brillan un par de ojos llenos de felicidad.

Al ver tal estado de complacencia, el abuelo le pregunta con cariño la razón por la que se le ve tan contento.

Sin mediar una palabra de más, Santi le comenta que escuchó a dos vecinas refunfuñar en la calle. Ambas comentaban que los servidores públicos no merecen trabajar para los colombianos. Ante esto, él no tiene más remedio que interrumpirlas para decirles que eso no es verdad.

Con paciencia y respeto el pequeño les comenta que él ha visto cómo se preparan a conciencia muchas personas para competir en pruebas públicas para desempeñar cargos en el Estado.

Sin saberlo, Santi reivindica la meritocracia en Colombia, pues les comenta a sus dos vecinas que hay personas que se preparan y esfuerzan para participar en los concursos públicos y poder acceder de esa manera a los empleos que provee el Estado colombiano.

El pequeño Santi lo sabe muy bien, pues ha visto cómo, durante varios años, su tío José se preparó para ocupar un cargo en el sector público con excelentes resultados.

Ante la charla el abuelo, muy contento, le comenta que la meritocracia se ha venido constituyendo desde 1991 como el primer mecanismo para que los colombianos accedan a los empleos públicos por mérito, habilidades, capacidades y experiencia, y que esta herramienta tiene como fin garantizar condiciones de igualdad para todos los colombianos.

Así como Santi entendió y les demostró a sus vecinas que la meritocracia de verdad se aplica y que trae consigo beneficios para garantizar el acceso igualitario y el ejercicio de un servicio público con personas idóneas, así mismo, invitamos a los colombianos y a las entidades a vincularse a estos procesos, para que puedan conocer la transformación que se ha llevado a cabo en el empleo público en Colombia.